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UN LECTOR DESMEDIDO

LA PASIÓN DE JULIO CORTÁZAR POR LOS LIBROS

Desde niño, Cortázar fue un lector desmedido. Preocupó a su madre, su director de colegio y su médico por su inusual habilidad para recorrer libros. A los pocos años, y tal vez sin advertirlo, Julio Cortázar se convirtió en un bibliófilo. En su departamento de la calle Martel, en París, el escritor argentino dejó más de cuatro mil libros, la mayoría con apuntes, otros tantos con fotografías y dibujos y unos quinientos con dedicatorias de los propios autores. Resultó curioso que no se encontrara ninguna con dedicatoria de su compatriota Jorge Luis Borges. Pese a sus diferencias ideológicas, ambos se guardaron siempre un respeto mutuo.

 

Su temprana inclinación hacia la literatura se debió a que, como muchos otros autores (Lovecraft, por ejemplo),  pasó mucho tiempo en cama por un problema de salud. Ahí, como él mismo diría, pasó su infancia abrumado por duendes y elfos,  con un sentido de espacio y tiempo diferente al resto.

 

Tal fue su cercanía con los libros que incluso su pasión llegó a bordear el fetichismo, pues generó en él ciertas manías librescas: por ejemplo, firmar sus libros y escribir el lugar donde los compró. O recrear con dibujos escenas o personajes de una historia en plena portada. Y también, apuntes entusiastas y descontentos sobre obras de sus contemporáneos como Fuentes, Paz y Goytisolo.

 

 La biblioteca de Cortázar, aunque pudo ser de mayores dimensiones (no lo fue porque muchos libros fueron donados a bibliotecas o perdidos en la vorágine del traslado), estuvo plagada de libros de toda índole: historia, filosofía (esoterismo y religión), arte (muchos textos que abordan el jazz) y sobre todo literatura. Es probable que Cortázar los haya leído todos porque a muchos les hizo anotaciones.

 

Fue en erudito. Gabriel García Márquez recuerda que en un viaje en tren de París a Praga,  el mexicano Carlos Fuentes le preguntó a Cortázar a manera de curiosidad, antes de dormir, cómo, por quién y cuándo se había introducido el piano en las orquestas de jazz. La respuesta fue una sólida y prolongada cátedra que duró hasta el amanecer en medio de cervezas y salchichas.

 

Esa rigurosidad en los detalles también la aplicó en su prosa, pues muchos de sus relatos aspiran a la perfección narrativa. Para lograrlo, tuvo que dedicar muchas horas de sus días al trabajo de la escritura. Se internaba en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, para escribir por horas hasta la noche, solo deteniéndose para beber un poco de agua.

 

Así, en medio de libros y horas de escritura y charlas, se construyó la gran figura de Cortázar. Gabriel García Márquez apunta que “Cortázar infundía respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Pero también lo hizo con una actitud menos frecuente: la devoción”.

 

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